En Tinogasta, una familia impulsa vinos artesanales de altura con identidad localCon apoyo técnico del INTA, la familia Garibay reconvirtió su viñedo a 1.500 metros de altura, incorporó variedades de mayor potencial enológico y hoy produce vinos artesanales con marca propia, además de uva fresca y pasas.
A 1.500 metros sobre el nivel del mar, en el valle catamarqueño de Tinogasta, una experiencia familiar combina tradición, innovación y asesoramiento técnico para dar origen a vinos artesanales con proyección. Con el acompañamiento del INTA, la familia Garibay reconvirtió su viñedo, incorporó variedades de mayor potencial enológico y hoy produce alrededor de 2.000 litros anuales de vino con marca propia, además de diversificar su producción con uva fresca y pasas.
Lucrecia Garibay y su familia llegaron desde Rosario, Santa Fe, y transformaron una hectárea y media en un emprendimiento vitivinícola adaptado a las condiciones agroclimáticas locales, caracterizadas por un clima árido y una elevada luminosidad, ideales para el desarrollo de uvas finas. El proyecto tomó forma bajo la marca Finca y Bodega La Dionisia, un ejemplo de arraigo, agregado de valor y desarrollo productivo en la región.
En una primera etapa, el viñedo contaba con variedades criollas y algunas plantas de malbec. Con el tiempo, y tras un proceso de recambio varietal, se incorporaron syrah y cabernet sauvignon, cepas más adecuadas al ambiente de altura y con mejores perspectivas productivas. Esta decisión permitió diversificar los destinos de la uva, orientándolos tanto a la elaboración de vino artesanal como a la comercialización de uva fresca y pasas.
El rol del INTA y del Centro de Desarrollo Vitivinícola (CDV) fue determinante en la evolución del proyecto. La articulación entre el organismo técnico, la Municipalidad de Tinogasta, los productores locales y la familia Garibay sentó las bases para mejorar el manejo del viñedo y potenciar su rendimiento.
"Detectamos que el principal desafío era mejorar el viñedo. Trabajamos en la reposición de plantas, el manejo del riego y la elección de variedades con mayor potencial enológico. Esto permitió mejorar el rendimiento y pensar en valor agregado", explicó Javier Oviedo, técnico de la Agencia de Extensión Rural Tinogasta del INTA.
La familia inició la producción en 2016 y en 2023 logró un hito clave: la elaboración de su primer vino con marca propia, un malbec embotellado de manera artesanal y con perspectivas de crecimiento. "Uno de los momentos de mayor orgullo fue ver la etiqueta de nuestro vino, Finca y Bodega La Dionisia. Detrás, hay un esfuerzo enorme, económico y cotidiano", destacó Lucrecia Garibay.
El camino no estuvo exento de dificultades, especialmente en lo referido a la comercialización. Sin embargo, la consolidación de redes con otros productores y el acompañamiento institucional resultaron fundamentales para avanzar. "La asistencia técnica del INTA y de la municipalidad fueron claves para que podamos dar este paso", subrayó Garibay.
Con una producción anual que supera los 2.000 litros de vino, el emprendimiento familiar proyecta seguir mejorando la calidad del producto y ampliar la superficie cultivada. La experiencia de Tinogasta demuestra que, con compromiso, trabajo y apoyo técnico sostenido, un viñedo familiar puede convertirse en una iniciativa con identidad propia y capacidad de aportar al desarrollo productivo de Catamarca.
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A 1.500 metros sobre el nivel del mar, en el valle catamarqueño de Tinogasta, una experiencia familiar combina tradición, innovación y asesoramiento técnico para dar origen a vinos artesanales con proyección. Con el acompañamiento del INTA, la familia Garibay reconvirtió su viñedo, incorporó variedades de mayor potencial enológico y hoy produce alrededor de 2.000 litros anuales de vino con marca propia, además de diversificar su producción con uva fresca y pasas.
Lucrecia Garibay y su familia llegaron desde Rosario, Santa Fe, y transformaron una hectárea y media en un emprendimiento vitivinícola adaptado a las condiciones agroclimáticas locales, caracterizadas por un clima árido y una elevada luminosidad, ideales para el desarrollo de uvas finas. El proyecto tomó forma bajo la marca Finca y Bodega La Dionisia, un ejemplo de arraigo, agregado de valor y desarrollo productivo en la región.
En una primera etapa, el viñedo contaba con variedades criollas y algunas plantas de malbec. Con el tiempo, y tras un proceso de recambio varietal, se incorporaron syrah y cabernet sauvignon, cepas más adecuadas al ambiente de altura y con mejores perspectivas productivas. Esta decisión permitió diversificar los destinos de la uva, orientándolos tanto a la elaboración de vino artesanal como a la comercialización de uva fresca y pasas.
El rol del INTA y del Centro de Desarrollo Vitivinícola (CDV) fue determinante en la evolución del proyecto. La articulación entre el organismo técnico, la Municipalidad de Tinogasta, los productores locales y la familia Garibay sentó las bases para mejorar el manejo del viñedo y potenciar su rendimiento.
"Detectamos que el principal desafío era mejorar el viñedo. Trabajamos en la reposición de plantas, el manejo del riego y la elección de variedades con mayor potencial enológico. Esto permitió mejorar el rendimiento y pensar en valor agregado", explicó Javier Oviedo, técnico de la Agencia de Extensión Rural Tinogasta del INTA.
La familia inició la producción en 2016 y en 2023 logró un hito clave: la elaboración de su primer vino con marca propia, un malbec embotellado de manera artesanal y con perspectivas de crecimiento. "Uno de los momentos de mayor orgullo fue ver la etiqueta de nuestro vino, Finca y Bodega La Dionisia. Detrás, hay un esfuerzo enorme, económico y cotidiano", destacó Lucrecia Garibay.
El camino no estuvo exento de dificultades, especialmente en lo referido a la comercialización. Sin embargo, la consolidación de redes con otros productores y el acompañamiento institucional resultaron fundamentales para avanzar. "La asistencia técnica del INTA y de la municipalidad fueron claves para que podamos dar este paso", subrayó Garibay.
Con una producción anual que supera los 2.000 litros de vino, el emprendimiento familiar proyecta seguir mejorando la calidad del producto y ampliar la superficie cultivada. La experiencia de Tinogasta demuestra que, con compromiso, trabajo y apoyo técnico sostenido, un viñedo familiar puede convertirse en una iniciativa con identidad propia y capacidad de aportar al desarrollo productivo de Catamarca.

